jueves, 22 de septiembre de 2011

Un día en Santander

Son casi las 10.15 de la mañana. Echo agua en mi taza roja y la meto dos minutos en el microondas. Sobre de té verde y tostadas listas. Mermelada y mantequilla en la mesa.

Enciendo el ordenador, leo El Diario Montañés y miro el correo. Ducha preparada, abro el armario, me visto y tiendo la toalla. Mi hermana Sofía está lista para ir a dar un paseo.

Nos montamos en el coche y vamos dirección Sardinero. Aparco en el Parque de Mesones. Un matrimonio pasea con sus hijas gemelas recién nacidas, un grupo de chicos juegan al fútbol en la playa y otro grupo hace surf en el mar.

Hay muchas olas y muy grandes. El parking del Hotel Chiqui está lleno. Coches de muchas clases: Mercedes, Porsche, Bmw…

Al fondo, un barco pesquero rojo y azul, y junto a éste, una pequeña embarcación de recreo.

Algunas vallas siguen rotas a causa de los numerosos y fuertes vendavales del pasado invierno. Mientras, una familia contempla el paisaje, un pescador tira la caña, parece que no con demasiada fortuna.

Un ruido me llama la atención. Sobrevuela la costa un helicóptero de la Policía. Decidimos dar la vuelta y nos encontramos con una terraza llena. Se levanta un grupo de chicas y nos sentamos nosotras. Dos Coca Colas y unas rabas. El cielo parece que se va despejando. Nubes y claros.

La gente pasea. Una chica habla por teléfono y parece que discute. Mientras tanto, una pareja pasea a un Bulldog Francés. Es blanco con manchas negras. Parece un cachorro.

Al seguir con nuestro paseo observamos que la terraza del restaurante El Parque está llena. Familias comiendo, camareros que no dan abasto.

Junto a él, el puesto de Cruz Roja. Jóvenes vestidos de rojo que debido al mal tiempo, no tienen mucha actividad. Y a unos metros más, se encuentra la taberna del Cormorán.

Unas vallas azules separan la playa del paseo. Detrás de ellas, un señor está realizando una escultura en la arena. ¡Es un artista!

Cerca de él, tres niños juegan en el parque. Uno de ellos se cae y llora. La madre acude deprisa preocupada. Todo queda en un susto.

Al echar la vista al fondo, observamos el fin de la segunda playa de El Sardinero y Piquío. Subimos por unas escaleras. Desde Piquío contemplamos la primera y la segunda playa de El Sardinero. Los visitantes observan una escultura que representa los signos del zodiaco. Nos comemos un helado en Regma. Uno de fresa y limón y otro de fresa y nata. Nos sentamos en un banco que está mirando hacia el Casino y el Hotel Sardinero que se encuentra en construcción.

Delante de nosotras está el carril bici, que una ambulancia invade para abrirse paso.

En el mirador de la primera playa encontramos gente muy dispar. Una chica lleva pantalón corto y tirantes, mientras otra mujer está ataviada con botas y cazadora.

Bajamos hasta el aparcamiento del Camello. Hay marea baja, por lo que está al descubierto la roca que da nombre a esa playa. Desde ahí se ve alguna de las torres del Palacio de la Magdalena.

De vuelta para coger el coche. Unos operarios arreglan el letrero del Bingo Benidorm, mientras que unos señores mayores miran.

A unos 100 metros está el supermercado Lupa, del que sale una señora con un carro lleno. En frente, Los Campos de Sport del Sardinero, el Palacio de Exposiciones y el techo del Palacio de Deportes.

Nos montamos en el coche y vamos a casa. Después de estar esperando media hora para aparcar, subimos a comer.

Mientras yo cocino pasta con salsa de queso, mi hermana pone la mesa. La comida ya está servida. Dos platos, cubiertos y vasos de agua. Ponemos la televisión y vemos el telediario mientras comemos. Los platos al lavavajillas y Sofía se sienta en el sofá. Mientras, me hago un café y pongo la película de Antena 3.

Escucho una sirena y me asomo a la ventana. Parece que estamos en diciembre. Nubarrones negros, lluvia, viento. No hay nadie por la calle.

Decimos ir a Valle Real de compras, un centro comercial que está a menos de diez minutos de Santander. Según entramos vemos a una señora con una niña pequeña entregando unos pendientes en el puesto de “Compro oro”. La niña, rubia y de ojos azules, corre, salta, no para de jugar. Hasta que ve a otra con un globo de Hello Kitty, al que le sigue con la mirada.

Al lado hay una cafetería, ¡está llena! Madres dando las frutas a los niños, señores tomando cafés, camareros con bandejas llenas de cosas…

Hay mucha gente en la tienda de Máximo Dutti, será porque la acaban de reformar.

Abuelos sentados en los bancos, niños jugando en los sillones enfrente de la fuente esperando a que sus mujeres y mamás salgan de las tiendas.

Nos llama la atención una en concreto, Zara, la cola para pagar es kilométrica.

Al igual que en el cajero de Caja Cantabria. Pegado a éste hay una agencia de viajes, “Viajes Erosky”, con muchísimas ofertas en el escaparate. Una en concreto, Lanzarote, nos recuerda a nuestros padres, ya que están allí de vacaciones.

Las dos siguientes tiendas se encuentran de liquidación. Hay un cartel que indica que todos los productos se encuentran a mitad de precio.

Otras de las colas es en la librería Estudio. Decenas de padres buscan ese libro que les falta a sus hijos para el colegio.

A lo lejos se oye a los niños que están jugando en el parque infantil, otros compran un helado en “Covadonga”.

Casi en la salida, hay un coche en exposición, un Hyundai ix35. Y ya afuera, una concentración de fumadores soportando el frío.

Nosotras llevamos varias bolsas, las dejamos en el coche y volvemos a entrar.

La peluquería “Macavi” es la única del centro comercial. En la puerta dos personas esperan para entrar. Alguna compra más y nos vamos a patinar a Parayas.

En ese momento despega un avión de Ryanair, justo cuando estamos cerca de la playa artificial. Mientras unos patinas, otros corren o montan en bicicleta.

Después, nos vamos a tomar un refresco con unas patatas fritas en la terraza de la cafetería. A la derecha, varias familias siguen de barbacoa en los lugares habilitados para ello, y a la izquierda, unos chicos jugando al baloncesto.

Un fuerte estruendo nos hace fijar la mirada en el avión de Iberia que esta aterrizando.

Salimos por Maliaño Alto. Hay varias casas con jardín y piscina. Pasamos el túnel de Astillero, y a la derecha dejamos el polígono industrial Tirso González.

Me llama la atención un edificio que está en construcción y que patrocina el Banco Santander. Está en lo alto, pero no consigo averiguar de qué se trata.

Pasamos el campo de fútbol de Solares, un poco más adelante, el Balneario.

Nos adelantan cinco Harley Davidson, todas negras, justo cuando pasamos por Laredo.

Un cartel de 60 kilómetros por hora como velocidad máxima, nos indica que estamos entrando en Castro Urdiales.

Dejamos la plaza de toros, con dos autobuses rojos, una gasolinera y el paseo marítimo.

En las terrazas de las casas las familias se encuentran todavía en la sobremesa.

Comienza a atardecer. Se nota que nos está dejando el verano. La marea baja va descubriendo la arena mojada. Los perros corren por la orilla.

Nos vamos a tomar algo a “Alsokaire” el bar de unos amigos, nos sentamos en la terraza y al poco tiempo comienza a llover. Los clientes se levantan y entran en el bar.

En el puerto los barcos están atracados y se mueven por el fuerte oleaje. Apenas se ven las caras de los caminantes, tan solo se ven paraguas.

Andamos hasta la roca final del paseo, dicen que da buena suerte pegar un patada y pedir un deseo.

Ponemos rumbo a Santander debido al temporal que se ha levantado. Dejamos atrás el casco viejo y la fábrica “Lolín”.

Llegamos a casa. El reloj indica que son las 20.42 horas. La noche se ha echado encima.

Ducha lista, ropa preparada, zapatos y bolso elegidos. Maquillaje a punto.

Vuelvo a coger el coche. Me dirijo a Bezana a buscar a una amiga, Alexia. Se monta en el coche y nos vamos a cenar.

De camino, en la calle Castilla, vemos a la Policía en un cajero de Caja Cantabria.

Llegamos al Sardinero y una amiga, Andrea, nos esta esperando. A los cinco minutos llega Araceli en un taxi. Falta la quinta y decidimos ir a tomar unos margaritas en la terraza del restaurante. Acto seguido llega Merche.

Nos sentamos a cenar en el Mexicano. Mesa para cinco. Lo primero que nos sirven son nachos con queso. Después, un menú degustación. Para beber, una jarra de sangría y una botella de agua. Llega el postre y nos traen la cuenta.

Volvemos al coche y le metemos en el parking de Puertochico. Aprovechamos que no llueve y entramos en un local. Detrás de la barra, un chico con rasgos latinos hace cócteles. Pedimos cuatro Cosmopolitan y un San Francisco sin alcohol. El bar está lleno. Las chicas se sientan en las escaleras. Salimos y comienza a llover con fuerza.

Cuando es la 1.30 de la mañana, nos dirigimos a Cañadío. En la cuesta, dos coches de Policía vigilan que se haga botellón. Las terrazas están vacías. Los bares llenos.

La puerta del Bogart está colapsada por la gente que fuma e intenta no mojarse.

Al cabo de una hora, nos sorprende otro chaparrón. Nos moja y me voy para casa.

Llego al parking, meto el ticket y la pantalla marca que debo introducir 4,80 euros. Me cambio de calzado y pongo la calefacción. ¡Por fin llego a casa! Pijama, desmaquillante, cepillo de dientes, vaso de agua y a dormir. El reloj marca las 3.17 de la mañana.

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